Estabilidad y predictibilidad regulatoria

Jordi Faus

El Global

Hace bien la industria, muy bien, en situar la importancia de un dialogo abierto y constructivo, que garantice un entorno de estabilidad y predictibilidad regulatoria, en el centro de sus planteamientos al exponer sus inquietudes al presidente del Gobierno. Además, es alentador observar que el mensaje ha llegado y se ha recibido íntegramente. En la web de La Moncloa leemos que “el presidente del Gobierno ha trasladado el compromiso del Ejecutivo con el sector y el interés de seguir impulsando la colaboración público-privada y mantener un diálogo abierto para avanzar en la mejora regulatoria, a través de iniciativas como el anteproyecto de Ley del Medicamento, actualmente en proceso de elaboración”.

En un momento en el cual la Unión Europea no deja de recibir críticas respecto de la excesiva complejidad de sus regulaciones, en el que el exceso de burocracia se cita como uno de los males de la situación de la economía alemana (recomendable leer “Kaput. El fin del milagro alemán” de Wolfgang Münchau), conviene decir alto y claro que la reivindicación de un marco jurídico estable y predecible no debe confundirse en modo alguno con relajación de las normas que garantizan que los medicamentos que llegan al mercado en la Unión Europea son eficaces, seguros y de calidad contrastada. La industria no pide esta relajación, ni tan siquiera pide que se reduzca la carga administrativa que suponen ciertos procesos; no se apuesta por desregular. Apárquense pues críticas facilonas a una supuesta horda de neoliberalismo agresivo, y háblese más de la esencia: la búsqueda de la seguridad jurídica y tal vez de una mayor eficacia en los procedimientos de aprobación de algunas normas.

La seguridad jurídica, principio fundamental reconocido en la Constitución, y en derecho de la Unión Europea, simplemente exige que las normas sean claras y precisas y que su aplicación a las personas y a las empresas sea previsible. No parece que sea mucho pedir.

En cuanto a la mayor eficacia en los procedimientos de aprobación de algunas normas, hay que reconocer que el margen de mejora es considerable. En Europa nos hemos acostumbrado a que el paquete de normas que regulan los medicamentos se revise de forma completa cada 20 ó 25 años; y el recorrido que deben hacer las propuestas hasta que la nueva norma ve finalmente la luz son excesivamente largos y complejos. Por otro lado, es evidente que la complejidad deriva del hecho de que la cesión de soberanía nacional a la UE no es cuestión sencilla. De modo que a la UE podemos pedirle mayor fluidez pero con cariño. A nivel nacional, sucede un poco lo mismo, pero podemos asumir un grado de autocrítica mayor. Son diversas las parcelas en las que el Estado tiene capacidad normativa plena; y también en España contamos con normas arcaicas, de dudosa o nula aplicación en la práctica (salvo cuando a alguien le interesa airearla) que deben recibir un impulso. Estamos en ello, y todo indica que hay voluntad de que las cosas salgan bien reforzando las líneas de diálogo. Ahora toca seguir trabajando en esta dirección.

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