Hay que seguir innovando
El Global
La semana pasada, bajo el título “Que no pare la investigación”, mi socioEduard Rodellar comentaba en esta columna la relevancia de la investigación clínica que se está llevando a cabo en España en la carrera para encontrar una vacuna o tratamiento curativo de la Covid-19. Prácticamente al tiempo que Eduard escribía sobre ello, leí que el Journal of the American College of Cardiology publicará en breve el resultado de una investigación liderada por el Dr. Valentín Fuster sobre el papel de los anticoagulantes en el tratamiento de los pacientes que ingresan por Covid.
La publicación alertará sobre el valor relativo de los datos obtenidos, precaución lógica cuando se reporta sobre datos retrospectivos sin que se trate de un ensayo clínico. Aún así, la noticia me llevó a pensar una vez más sobre el valor intrínsicamente positivo de la innovación y sobre la necesidad de seguir apostando por ella. Desde hace un tiempo, el debate sobre la sostenibilidad de los sistemas sanitarios casi ha llevado a algunos a desear que, en el ámbito de la innovación en salud, se hubiese llegado a algo similar al fin de la historia al que se refería Fukuyama en 1992. Después de la caída del muro de Berlín, decía Fukuyama, se ha acabado la historia, el comunismo ha sido derrotado para siempre, la democracia liberal se ha impuesto, y la ciencia política puede olvidarse de innovar porque ya no sucederá nada más que sea relevante en este ámbito.
La consecuencia natural es que ya no haría falta estudiar más. En esta línea, no son pocos quienes algún día han pensado que puesto que el vademécum actual permite tratar con medicamentos de bajo coste la mayor parte de las patologías, hemos llegado a un punto en el cual la innovación ya no es estrictamente necesaria para mantener un nivel de salud pública razonablemente aceptable. A partir de aquí, el razonamiento muchas veces salta a la idea de los efectos adversos de la innovación, de lo pernicioso de unas investigaciones que supuestamente no aportan un valor realmente sustancial frente a las terapias existentes.
Pues miren, resulta que la Covid-19 también será un zarpazo a todas estas ideas. No nos podemos permitir dejar de innovar, y no se puede menospreciar ninguna de las innovaciones que hayan cristalizado en el pasado, porque cualquier día aparece un virus, una bacteria multirresistente o cualquier otra amenaza para la salud, y en ese momento necesitamos no sólo todas las neuronas, capacidades y recursos de quienes se dedican a investigar; sino también tirar de biblioteca, movilizar cualquier recurso del que se disponga y tal vez la solución esté en algo que, cuando apareció, tal vez fue severamente criticado por su elevado coste o quedó arrinconado.
La Covid-19 también nos enseña que tendremos que seguir innovando en el terreno de las relaciones entre todos los que son relevantes en el mundo del medicamento, incluyendo la industria, los profesionales, las administraciones públicas, los centros de salud, las sociedades científicas y los pacientes. Quien piense que nos vamos a librar de la necesidad de seguir innovando se equivoca.