Valtermed y otras ideas para los medicamentos de terapia avanzada
El Global
Los cambios que se están produciendo en el ámbito de las terapias farmacológicas son de una dimensión tal que exigen una reflexión calmada sobre su impacto y sobre cómo abordarlos. La innovación, esto me lo han oído decir a menudo, surge porque hay personas e instituciones (privadas y públicas) que se esfuerzan por resolver retos alfa. Al resolver un reto alfa aparecen retos beta. El de la sostenibilidad es, en nuestro entorno, es el gran reto del sistema sanitario; y mi posición es que quien se siente a reflexionar sobre cómo abordarlo debe pensar en respetar, satisfacer y proteger los derechos fundamentales de los pacientes (aquí la equidad juega un papel muy importante) y velar por que quienes se preocupan de los riesgos alfa sigan pedaleando. Bueno, de hecho cada día tengo más claro que quienes se dedican a investigar van a seguir haciéndolo sí o sí, de modo que más nos valdrá ir pensando en cómo gestionar una situación en la que los pacientes van a presionar con intensidad (como haríamos cualquiera de nosotros llegado el caso) y en la que la investigación no se va a parar.
Para la reflexión sosegada que propongo creo que es necesario liberarse de mochilas y cargarse de flexibilidad para aceptar nuevas ideas. Seguramente, los sistemas y criterios diseñados en los 80 para abordar la financiación de los ‘blockbusters’ del momento no son adecuados para los medicamentos de terapia avanzada. En este sentido, la iniciativa Valtermed sólo puede ser bienvenida. En el siglo XXI los sistemas sanitarios tienen todo el derecho a condicionar la financiación de un producto a su valor terapéutico en la práctica clínica real, faltaría más. Ahora bien, el sector del medicamento está igualmente legitimado para reclamar lealtad y rigor en los planteamientos; y en este ámbito las cuestiones a considerar no son pocas.
La valoración de resultados no se puede hacer desde una posición de domino, y del mismo modo que es legítimo pedir a la industria que no genere esperanzas infundadas a los pacientes, los pagadores deberían abstenerse de cuestionar las evaluaciones científico-médicas llevadas a cabo por las agencias reguladoras. No vale tampoco aplicar a las terapias avanzadas los criterios que inspiraron las medidas de ahorro propias de otros tiempos. En este ámbito carece de sentido estimular una falsa competencia entre medicamentos de fabricación industrial que han obtenido una autorización de comercialización y productos a medida preparados ocasionalmente por un hospital, bajo la responsabilidad profesional exclusiva de un médico, y destinados a un solo paciente. En cuanto a nuevas ideas que pueden debatirse, igual conviene inspirarse en otros sectores. Históricamente, las grandes infraestructuras se han financiado con deuda pública porque no tiene sentido imponer a una generación el coste de algo que van a disfrutar muchos otros en el futuro. Si un medicamento de terapia génica cura el cáncer de un adolescente y nos permite disfrutar de su compañía durante muchos años, tiene sentido que el coste se reparta en el tiempo, ¿no?