Reglamento de Inteligencia Artificial: es la hora de los humanos

Claudia Gonzalo

El Global

Este viernes 12 de julio se ha publicado en el Diario Oficial de la Unión Europea el Reglamento de Inteligencia Artificial (AIA, por sus siglas en inglés). Se trata de un momento esperado y temido a partes iguales, que da el pistoletazo de salida a una carrera de fondo con numerosos retos. Aprovechando que estamos en una tribuna, proponemos en las siguientes líneas ver el AIA a vista de pájaro mediante dos preguntas fundamentales: por qué regular la inteligencia artificial y por qué es relevante en el sector sanitario y farmacéutico.

La regulación de la inteligencia artificial (IA) proviene de una realidad técnica preexistente:  la IA es una herramienta con un valor incalculable. En el sector sanitario, basta con pensar en retos como el envejecimiento de la población o la sobrecarga de los sistemas sanitarios. El legislador comunitario consideró que la UE no puede asumir el riesgo de que el desarrollo de la IA se produjera de espaldas a los valores de la Unión.

El AIA que ahora ve la luz es el resultado de estas reflexiones. La materialización para la mayoría de los operadores será una suerte de matriz de responsabilidades donde en un eje estará la categorización del riesgo que comporta usar un sistema de IA -en nuestro sector, en un número considerable de casos, riesgo alto- y en el otro eje la posición del operador cuyas obligaciones estamos analizando. Así, por ejemplo, ante un sistema de IA clasificado como de riesgo alto, el AIA prevé un impacto distinto para el proveedor, el importador o el “responsable del despliegue”. El ejercicio de cruzar ambas variables generará un mapa de obligaciones y aspectos a considerar, tales como medidas de transparencia, documentales o de certificación.

Cumplir con el AIA es necesario, pero muy posiblemente no sea suficiente cuando lo aplicamos al ámbito de la salud. Sabemos que la IA permite exprimir el valor de grandes cantidades de experiencia y datos y que esta capacidad ya se aplica para encontrar candidatos potenciales de nuevos medicamentos, mejorar su dosificación u optimizar la información a los pacientes, por citar sólo algunos pocos ejemplos. Frente a ello, el AIA es una normativa transversal, que por su obligada generalidad no puede aprehender determinadas especificidades del sector, como los sesgos, la necesidad de mantener la seguridad, la equidad o la toma de decisiones éticas.

En muchas conversaciones resuena la palabra “autorregulación” para orientar el cumplimiento en las cuestiones que el AIA deja en el aire, algo previsto, de hecho, en la norma. Lo que es indudable es que el impacto de la IA existe y ha existido durante más tiempo del que la mayoría imagina. Por ello, para quien escribe estas líneas la noticia de hoy es que ahora, especialmente, es el momento de una visión optimista y responsable. Es, paradójicamente, la hora de los humanos. 

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