Hablamos de… Riesgo compartido
EL GLOBAL
Hace dos semanas participé en el IV Encuentro sobre Gestión en Farmacia Hospitalaria para Directivos, celebrado en la UIMP bajo la dirección compartida de Miguel Ángel Calleja, Jon Iñaki Betolaza y Antoni Gilabert. Las ideas, en cualquier evento donde participan estas personas, fluyen a un ritmo interesante. Además, el formato del encuentro, que incluía dos talleres prácticos, facilitó el intercambio de puntos de vista y fue propicio a la reflexión.
Una de mis reflexiones tiene que ver sobre el contenido habitual de estos eventos. Frecuentemente, en este tipo de actos, participan como panelistas representantes de la administración, de los profesionales sanitarios y de la industria. Existen diferencias importantes entre la forma de actuar de unos y otros. Así, las exposiciones de la administración y de los profesionales suelen incluir una dosis elevada de referencias a su actividad individual. Funcionarios, médicos y farmacéuticos exponen cuáles son las situaciones habituales con las que se encuentran a diario, y cómo deben esforzarse en diseñar y aplicar técnicas para abordarlas pese a las dificultades a las que se enfrentan. Suelen hacerlo, además, remarcando que su actuación es prácticamente la única posible considerando que deben velar por los intereses generales. Este discurso, tal vez sin pretenderlo, genera la idea de que al resto de agentes implicados en el sistema (la industria, por ejemplo; pero también los pacientes), sólo les preocupa su interés particular. Por su lado, los representantes de la industria difícilmente pueden tratar las cuestiones desde su perspectiva individual, porque normalmente quienes participan son representantes de asociaciones, o porque quien toma la palabra tiende a evitar cualquier discurso que pueda parecer descortés. En definitiva, se suelen repetir los argumentos, se plantean un par de preguntas a la administración (que normalmente quedan sin respuesta)… y a tomar un café.
En el encuentro al que me refería, mi impresión fue que el taller sobre acuerdos de riesgo compartido en oncología, magistralmente conducido por Ana Clopés, generó en los participantes la sensación de que estos acuerdos son indispensables porque sólo la práctica clínica es capaz de determinar el grado de eficacia y seguridad real de un producto; y que son instrumentos que los gestores deben imponer aún cuando la industria se sienta incómoda con ellos. Esta aproximación está tan alejada de la realidad que me permití sugerir que en un próximo encuentro se hiciera un taller simulando una reunión de accionistas de una compañía farmacéutica no identificada. En este caso, un equipo de I+D, alentado por los resultados obtenidos en estudios preclínicos, solicitaría a los asistentes (accionistas de la compañía ficticia), aprobación de las inversiones necesarias para entrar en Fase III y llevar el producto al mercado. Sería muy interesante que los gestores hospitalarios se enfrentaran a un caso de estudio de este tipo y se pusiesen en la piel de los accionistas. Seguramente comprobarían que, en el mundo real, suscribir un acuerdo de riesgo compartido se contempla más como una oportunidad que como un obstáculo, y que los esfuerzos de las empresas no suelen encaminarse a evitarlo sino a garantizar, en la medida de lo posible y como en todo acuerdo, un cierto equilibrio entre las prestaciones y una adecuada gestión de las mismas. Por cierto, si la compañía ficticia en cuestión fuese europea y familiar, y los gestores que actuaran como accionistas en el taller estuviesen decidiendo sobre su propio patrimonio, mucho mejor.